EL VACÍO LÍQUIDO DE LA PECERA
THE LIQUID FISHBOWL VOID
2012
"Cada campesino conoce el hambre del desierto, esa hambre voraz que ninguna maquinaria agrícola moderna, ni métodos avanzados de agricultura, puede destruir. No importa cúan bien preparado sea el terreno, cúan bien mantenidos estén los cercos, cúan bien pintados se vean los edificios, si el dueño es negligente por un tiempo de sus hectáreas preciosas y valiosas, se las traga de nuevo [...] el árido desierto. La tendencia de la naturaleza es hacia el desierto, nunca hacia el campo fructífero. Eso, lo repito, lo saben todos los campesinos."(1)
“Every
farmer knows the hunger of the wilderness, that hunger which no modem farm
machinery, no improved agricultural methods, can ever quite destroy. No matter
how well prepared the soil, how well kept the fences, how carefully painted the
buildings, let the owner neglect for a while his prized and valued acres and
they will revert again to the wild and be swallowed up by the jungle or the
wasteland. The bias of nature is toward the wilderness, never toward the
fruitful field. That, we repeat, every farmer knows.”(1)
(1) A. W. Tozer, The Root of the Righteous. Christian Publications, Camp Hill, PA, 1955, pág. 119. (Versión española: Dorothy Bucher Haller).
El caso de la ciudad (entendida como superposición densa y compacta de actividades heterogéneas) se puede caracterizar por su situación dentro de este espectro o, lo que es lo mismo, por la capacidad estructurante de las leyes que lo gobiernan. En los extremos del espectro encontramos, de un lado, la ciudad muerta de ley por exceso de intervención o falta de mezcla: el aislamiento de sus componentes o simplicidad extrema. En el otro, está la ciudad muerta de caos por contaminación, por fusión total, donde todo queda igualado: el desierto. Exceso y ausencia de estructura revelan lo que define la ciudad como organismo vivo: el cambio / el inter-cambio.
Si la premisa de la ciudad es la ocupación (física, energética, de información de un entorno), lo que hace posible la relación, el conjunto, el inter-cambio, es la ausencia, al menos virtual, de esa ocupación. Conceptualmente, la condición urbana se da –precisamente– por la des-ocupación parcial del medio. La estructura que define la ciudad es la que gestiona la cantidad, concentración y situación de esos cuerpos des-ocupados, es decir, sus vacíos. Y es la arquitectura la que trata, en gran medida, de su definición, especialmente allí donde vacío y ocupación se encuentran como distintos grados de lo mismo.
El proyecto de la ciudad pasa por la definición de la línea que delimita el lugar liberado; una línea tenaz pero intermitente, pues debe gestionar separación y permeabilidad en su grado justo. Se trata, además, de una línea blanda y difusa: blanda porque debe adecuarse a las presiones expansivas de las actividades del entorno sin negarlas; difusa porque su límite debe permitir la transición de una a otra condición. El resultado es un ámbito super-solicitado que se resuelve mediante un cierto grado de indeterminación, pero de una indeterminación densa, donde sobre-programación se convierte en des-programación. Es, en definitiva, el espacio de posibilidad, el de la ciudad entera, abierto, verdadero lugar pactado y recuperado para el uso común, es decir, espacio público. Pero –no se olvide– que este campo fructífero se mantiene por el aporte periódico de energía en forma de estructura interpuesta que permite, sin que se anulen, posiciones diversas.
En el interior del cuerpo des-ocupado del vacío se encuentra el campo denso de los hechos. Virtuales por cuanto están sujetos a una condición espacio-temporal, los hechos habitan el espacio público como los recuerdos pueblan la memoria: de forma incierta, desigual. Se trata de un medio líquido, espeso, donde los vínculos entre las cosas quedan temporalmente suspendidos, como el volumen conquistado de la casa Latapie en Floirac, de Lacaton y Vassal, donde los objetos ocupan un lugar circunstancial y contingente dentro de un ámbito cargado de episodios; el lugar público de las individualidades privadas. O como el espacio literalmente ahuecado de un vidrio plano entre dos curvos de la pared-luz (1956) de Oteiza. En él, como si la luz y la penumbra se hubieran licuado, quedan suspendidas las formas –las circunstancias y los acontecimientos– en un medio de vacío espeso, profundo, donde esas formas, como peces sumergidos, viven, se desplazan, se expresan y se definen...(2)
(2) Jorge Oteiza, IV Bienal de Sao Paulo, 1957. Escultura de Oteiza. Catálogo [Propósito Experimental 1956-1957]. |