Un bosque de acero rodeado por otro de olmos americanos y hayas centenarias. En su interior, una multitud de caras se concentra entorno a un claro. Atentas, vueltas sobre sí mismas, se vuelven espejo. Juntas forman un campo de reflejos cruzados, entresacando sentido de una naturaleza exterior.
Claro y bosque son mundos que se contienen el uno al otro. Compartiendo horizontes, los árboles se confunden con sus dobles. Lo ajeno se hace propio; el bosque está dentro.